Recuerdo aquel día perfectamente, lo recuerdo con detalles. Creen que perdí la cordura, que encerrándome me calmarán, pero no, no me conocen, no vieron lo que mis ojos sí, no sufrieron como yo lo hice. He sufrido los traumas más obscuros, he culminado la más fantásticas travesías y mi cordura, fiel compañera, me ha acompañado a lo largo de mis míticas hazañas.
El comienzo y el fin vinieron agarrados de la mano. Aquella fría noche de noviembre, la luna había finalizado con su ahogado recital y ahora reposaba, escondida bajo su manto sombrío. Los ruidos del bosque cercano a mi habitación me habían despertado, raptando mi atención y adueñándose de mis sentidos.
Sumergíame yo en los valles y escalábanse mis manos las más altas cordilleras, cuando el irritante sonido de una voz interrumpió mi perfecto trance: "¿Te pasa algo?". Como detesté aquellos asquerosos instantes de falsa preocupación, la forma tan natural e hipócrita en que me miraba, su despeinada melena de oro falso, sus desagradables ojos azules y fulminantes ¡Puaj! Decidí no responder, tal vez así lograría volver a descansar sin la necesidad de dormirme. Una vez más preguntó:
- ¿Te pasa algo? ¿Tuviste pesadillas?
- Estoy bien, mi única pesadilla en este momento son las personas que me preguntan qué me pasa.
El reloj marcó las 3:15 de la mañana cuando otra voz me sacudió, pero no era una voz desagradable, hablaba con un tono suave y atractivo, con una pizca de perversidad en sus palabras. Parecía venir de las paredes, del techo, del suelo, de la misma cama: "Deshazte de ella, no es necesaria. Sólo te molesta. No es necesaria. Es un estorbo". Curiosamente, tenía razón, ¿Cómo podría dudar yo de aquella voz tierna cuando sentía que era sólo una proyección de mis propios pensamientos? ¿Acaso el hecho de escuchar voces debería inmutarme? Los movimientos fueron tan vívidos y naturales que no hubo necesidad alguna de agitar la respiración o de tensar los músculos. Tan sólo tomar la almohada que sostenía mi cabeza momentos atrás y deslizarla suavemente sobre su suave y perfecto rostro, y escuchar los gritos mudos que salían de su fina garganta bastaron para dibujarme una enorme sonrisa en el rostro.
Las maravillas que disfruté las horas siguientes fueron incomparables, orgasmos visuales recorrían mis pupilas y abrazaban mi iris, cantidad de sonidos deslumbraban mis tímpanos, infinidad de sabores cabalgaban sobre mis labios. Hallábaseme yo entonces disfrutando, nada más y nada menos, que del espectáculo de la muerte, aquel sentimiento incomparable que paseaba sobre mi espalda y erizaba mis vellos. Claro que no duró mucho tiempo hasta que alguien llamó a la policía, pero ya era demasiado tarde, podían arrestarme, encerrarme, matarme incluso, pero aquellos recuerdos permanecerían en mí por siempre, sonriendo al recordar como la vida de mi esposa se desvanecía entre mis manos.
Continúo aquí, esperando el glorioso día en el que me reencuentre con mi verdadero amor, ansioso porque llegue el día en el que pueda reír con aquella gracia de nuevo ¡Oh amada mía! Cómo te has apoderado de mis sentidos, cómo has logrado ser mi pasado, presente y hacerme desearte en el futuro, cómo has desenvainado los encantos del sufrimiento para hacerme tu ciervo, y heme aquí rendido a tus pies, aguardando el momento en el que podamos reunirnos de nuevo amada mía, para condenar las almas de aquellos que osen ignorarte como aquella mujer alguna vez lo hizo.

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