Cuando el chirrido de la puerta sacudió el silencio sólo para abrazarlo fracciones de segundo más tarde, el terror cubrió con su manto sombrío la tez clara de aquella mujer anonadada por la figura que momentos atrás la perseguía con determinación, sujetando un objeto largo y delgado con una punta de flecha en uno de sus extremos. Sin embargo dada la agitación que sentía ahora la pálida fémina no le permitía determinar con precisión qué era aquel objeto o quién era el personaje que la perseguía.
Luego de escasos pero interminables segundos de imponente silencio, golpeado por la respiración agitada de aquella blanca mujer cuyas mejillas se perdían en el polvo y el sudor que la disfrazaban, sus ojos verdes invadidos por un pequeño círculo amarillento alrededor de sus dilatadas pupilas, observaban como aquella puerta de madera vieja y maltratada caía cual pieza de dominó, empujada por algún niño deseoso de observar un pequeño espectáculo, jugando a formar casas, empujando una fila de piezas colocadas en algún orden misterioso.
Sólo cuando sus pupilas se dilataron incontrolablemente, logró enforcar su vista en la robusta sombra misteriosa que buscaba darle caza, identificando así el rostro del León de los Llanos, José Tomás Boves.
Terminó entonces otra noche de rutina para el ilustre, quién luego de torturar brevemente a aquella dama de tez clara y ojos verde-amarillento, terminó con la desdicha de la misma moviendo ágilmente la muñeca, sentenciando a la moza, quien quedó tendida sobre una laguna rojo carmesí.
